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Elecciones intermedias: el fin de la Obamanía.

Las últimas elecciones norteamericanas han desprovisto al presidente de las herramientas necesarias para que éste lleve a cabo sus políticas económicas y sociales. ¿Qué impulsó a los votantes a girar 180 grados? Edgar Iván responde a la pregunta y analiza lo que parece ser una decisión más pasional que racional.

Por: Edgar Iván Espinosa

obamania

Seis gubernaturas, cinco asientos más en el Senado y la mayoría en la Cámara baja para los republicanos: —y esto no es una sorpresa para nadie—. Días antes de la elección, el propio Barack Obama expresó su preocupación por lo que parecía una derrota inevitable. Los medios interpretaron los resultados como una desaprobación del Presidente en el manejo de la economía pero, más allá de esta primera lectura, es conveniente analizar con mayor detalle la lógica detrás del comportamiento electoral observado.

 

El saldo de los comicios envía varios mensajes para los demócratas. El primero para los candidatos locales, otro para el Partido, y uno en especial para el presidente Obama, ya que en efecto esta elección reflejó en buena medida el disgusto por la situación económica (tema que el 62% de la gente consideró como el más importante en las elecciones, a diferencia del 19% que consideró que fue la reforma sanitaria, el 8% la inmigración y el 7% la ocupación de Afganistán, de acuerdo a encuestas realizadas por el periódico “The Guardian”).

 

Sin embargo, muy poco se ha dicho sobre los efectos del ámbito local en el resultado de la elección. En este sentido, vale la pena preguntarse si en realidad se trató únicamente de un voto de castigo al Presidente, o si también reflejó la inconformidad del electorado en cada estado ante el desempeño de sus representantes, senadores y en algunos casos del gobernador.

 

En Estados Unidos all politics is local por lo que sería válido suponer que en principio se ponderó con mayor peso el pobre desempeño de los demócratas a nivel local. El efecto de la crisis económica nacional se incorporó al cálculo retrospectivo del voto, pero en un segundo término, por representar una posible amenaza a los valores estadounidenses de oportunidades y prosperidad que han caracterizado, por ejemplo, al sueño americano. A su vez, es innegable que el efecto de la crisis fue potenciado por los medios de comunicación, quienes enfatizaron principalmente la pérdida de empleos y la disminución del poder adquisitivo.

 

Obama ha inyectado estímulos por más de 800 mil millones de dólares, sin que esto haya logrado mejorar la economía nacional. Esta situación volvió un tanto cortoplacistas las demandas del electorado, el cual se interesó en el aumento de los empleos y del ingreso, para poder recuperar plenamente la confianza en el sistema financiero y en el gobierno. Sin embargo, también deseaban todas y cada una de las promesas de “cambio” ofrecidas por Obama durante su campaña. Pero la imposibilidad de concretar tales propuestas y la incapacidad de solucionar con rapidez la crisis económica quebrantaron las esperanzas de su electorado, quien decidió darle la espalda el 2 de noviembre del año pasado.

 

Paradójicamente, al elegir mayoritariamente a los republicanos, el cálculo de los votantes ha truncado la continuidad del programa demócrata de reformas, que si bien por sí solo no hubiera significado la inmediata mejoría de la economía, sí habría tenido efectos importantes, desafortunadamente sólo visibles en el largo plazo, como en el caso de una reforma migratoria. Ésta última ahora es prácticamente imposible siquiera de discutir en el Congreso, dada su nueva composición.

 

De hecho, el asunto de la inmigración ha cobrado relevancia después de que la gobernadora de Arizona, Jan Brewer, promulgó una controversial ley que obliga a los agentes locales y estatales a interrogar a la gente sospechosa de encontrarse ilegalmente en el país, criminalizando la estancia sin documentos en Estados Unidos. El debate de la reforma migratoria por parte de los republicanos se ha centrado en una interminable lista de requisitos, entre los cuales se le ha dado mayor peso al tema de una frontera completamente segura, por ser de igual interés nacional, y porque la dificultad de su consecución les da tiempo para negociar y una excusa para no ceder.

 

Por su parte, los demócratas han variado su discurso según la audiencia: a un sector le han prometido mano dura contra la inmigración ilegal; a otro le han asegurado que crearán las condiciones para una amplia reforma. Pero en su último intento de avanzar este tema, en abril del año 2010, no lograron apoyo al estar las elecciones intermedias en puerta, porque ningún partido deseaba comprometerse y debido al desgaste por las negociaciones de la reforma sanitaria aprobada.

 

No obstante, visto desde fuera, el gobierno del presidente Obama parece estar dando resultados, tales como la reforma al sistema de salud, la retirada parcial de Iraq, el nuevo e histórico acuerdo con Rusia sobre la reducción de armamento nuclear, y el manejo de las crisis actuales en Irán y en Corea del Norte. Destacan también la actuación decisiva para frenar las repercusiones internacionales de la crisis económica (que de otro modo, hubiese devenido en una depresión de dimensiones estratosféricas), y el mantenimiento de una buena imagen de la institución presidencial, vis-à-vis los ex presidentes Clinton y George W. Bush, aun a pesar de la recalcitrante hostilidad del Tea Party al señalar los desaciertos de la Casa Blanca.

 

Sin embargo, por no implicar repercusiones inmediatamente palpables en los bolsillos, ninguno de estos aparentes logros del Presidente entraron en las consideraciones cortoplacistas de los votantes. Esto explica en gran medida el resultado de las elecciones en las que los republicanos lograron apoderarse de gubernaturas demócratas, incluyendo las de algunos estados que serán clave en las elecciones presidenciales de 2012. Pero, ¿es esto también culpa del Presidente? No, el éxito o fracaso de los políticos durante elecciones locales, en sistemas con posibilidad de reelección, está vinculado en principio a su propio desempeño y a su posicionamiento en temas locales, quedando en segundo plano la influencia de los asuntos nacionales. De manera que el mensaje para los demócratas ha sido contundente: lo que sea que estén haciendo a nivel local, no está funcionando: ¡fuera!

 

Los candidatos demócratas conocían perfectamente que all politics is local, y también que la aprobación del presidente Obama se encontraba en sus niveles más bajos debido a la crisis económica, ubicándose entre 41% y 47% en noviembre, luego de haber alcanzado niveles de hasta 76% al inicio de su gobierno, según datos de pollingreport.com. De manera que para ganar en sus respectivos estados, los demócratas debieron haberse posicionado en la opinión pública local respecto a los múltiples temas comunes y corrientes que allí son del máximo interés.

 

La crisis económica y el pobre desempeño local demócrata acabaron con la obamanía. Aunque la derrota no necesariamente supone el rechazo total de la agenda política de Obama, tal y como lo demostró el masivo apoyo latino en estados del oeste, permitiéndole al partido demócrata mantener la mayoría en el Senado. Los resultados tampoco significan que los republicanos gocen de mayor popularidad ni que sean vistos como la mejor alternativa, más bien, como indican las encuestas, se trata de un desencanto por ambos partidos.

 

Ahora, los estadounidenses deberán preguntarse si fue un error no haber castigado a Obama con la no reelección en 2012, en vez de haberlo dejado desprovisto de suficientes colaboradores para los dos años que le restan a su administración. Esta contienda tuvo enormes implicaciones negativas para los demócratas, sobre todo para los esfuerzos de reelección de Obama. Aunque todavía faltan dos años y no hay un posible candidato republicano, los demócratas deberían rediseñar sus estrategias para volver a enamorar a los votantes si desean mantener la presidencia.

 


 

Derechos Reservados © El Globalista México, 2010