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¿Ser o no ser verde? Esa es la cuestión china.

Para China, el crecimiento económico parece estar por encima del compromiso internacional de reducción de la emisión de gases efecto invernadero. Pero durante la recién realizada COP16, a finales del 2010 en Cancún, China mostró una nueva actitud y se espera que adquiera mayor protagonismo en la construcción de un régimen internacional sobre cambio climático.

Por: Andrea Valencia Montes de Oca con Cristina Contreras Zamora

¿Ser o no ser verde? Esa es la cuestión china.

A finales del 2009 se llevó a cabo la Conferencia de las Partes en Copenhague (COP15), y las expectativas sobre la posible firma de un acuerdo vinculante que permitiera el desarrollo del actual régimen internacional sobre cambio climático eran muy altas. Se sospechaba que algunos países tenían ya negociaciones en puntos avanzados y que se llegaría a Copenhague únicamente a firmar los documentos correspondientes. Al final, esto no sucedió así; las negociaciones se retrasaron y el acuerdo vinculante no tuvo lugar. Por fortuna, no todo estuvo perdido. Los países del G-5 (Brasil, China, India, México y Sudáfrica) encabezaron las principales negociaciones en la COP y demostraron su voluntad política para lograr acuerdos. Así, la Conferencia sirvió para que estos países hicieran patente su posición respecto a la adopción de un acuerdo jurídicamente vinculante en términos de emisiones de gases efecto invernadero que fuera más allá de Kioto.

 

Sorpresivamente, el país líder de ese grupo fue China. Dado su gran tamaño y cantidad de emisiones totales de gases efecto invernadero, China es uno de los países más importantes para la construcción de un nuevo régimen. Sin embargo, para el gigante asiático la firma de un acuerdo internacional vinculante representa un dilema grave, de ahí la reticencia que muestra para hacerlo. Pero ¿cuáles son en el fondo las razones que dan lugar a este conflicto y que impiden que China se involucre en la solución de este problema global?

 

Por un lado, el crecimiento económico que este país ha experimentado, derivado y favorecido por un aumento en la demanda por energéticos, les ha permitido sacar a una gran parte de su enorme población de la pobreza. Desde que en 1993 China se convirtió en el primer importador neto de petróleo, el desarrollo que el país ha experimentado ha sido continuo. Por lo tanto, garantizar la seguridad energética del país, especialmente la demanda de combustibles para mantener ese nivel crecimiento, se ha vuelto una de las prioridades de política exterior del gobierno chino.

 

No obstante, la magnitud del impacto del sector energético en el cambio climático ha llevado a la comunidad internacional a exigir a países como China que se limite el uso de combustibles fósiles. Por ejemplo, de acuerdo con algunas proyecciones, el crecimiento de la demanda china por energéticos continuará, aunque se espera que disminuya su ritmo y que haya variaciones en su composición. Es decir, la demanda de combustibles sólidos como el carbón se sustituirá por la demanda de petróleo y gas. Sin embargo, no se espera que la demanda por combustibles fósiles sea sustituida totalmente por la demanda de fuentes renovables o limpias. Peor aún, en lo que se refiere a eficiencia energética, China sigue siendo uno de los países con procesos industriales que aún requieren grandes cantidades de combustible fósil en relación con su producción.

 

En este sentido es válido el reclamo de la comunidad internacional a China sobre la utilización de combustibles como fuente de energía, pero también es necesario considerar el contra-argumento del país asiático: China sostiene que limitar el uso de esos combustibles implicaría limitar su propio desarrollo. Este punto adquiere todavía más relevancia si se pone frente al hecho de que los países desarrollados son quienes, al parecer de China, han tenido la oportunidad de “contaminar” (emitir gases efecto invernadero) indiscriminadamente durante más de 200 años, desde el inicio de la Revolución Industrial.

 

Gran parte del estancamiento que los procesos de negociación han sufrido se puede atribuir a la falta de acuerdos entre los países del Anexo I y los países No Anexo I (en referencia al Protocolo de Kyoto). La primera categoría se refiere a los países industrializados, los cuales están comprometidos por la Convención y el Protocolo a tomar medidas, aplicar políticas para la mitigación y a establecer límites en la emisión de gases efecto invernadero. Por su parte, los países No-Anexo I son los países en vías de desarrollo, que no comparten la misma obligación jurídica y únicamente se comprometen a hacer su mejor esfuerzo en la reducción de emisiones y la aplicación de medidas.

 

Esta división ha dado lugar a un gran debate entre ambos grupos, especialmente sobre la carga histórica que tienen unos y otros. Aun así, ambas posiciones han podido conjugarse y se reflejan en el concepto de “responsabilidades compartidas pero diferenciadas” al que se hace referencia tanto en la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático (CMNUCC) como en el Protocolo y en otras negociaciones subsecuentes. La pregunta entonces es ¿por qué no se han logrado pactos similares en fechas más recientes?

 

La posición de China en este régimen internacional agrava la situación. La República Popular China se encuentra ubicada en el primer lugar de los países que más emiten gases efecto invernadero (en emisiones totales). A esto se le suma la situación interna que los obliga a situar las políticas locales que impulsan el desarrollo económico por encima de los compromisos internacionales para la mitigación. Como consecuencia, China se ha escudado en su soberanía para la explotación libre de los recursos naturales en aras de alcanzar sus metas a corto plazo. Asimismo, ha argumentado la inequidad del actual régimen para no cumplir con lo establecido por éste, pues desde su perspectiva, los países industrializados son los principales responsables del cambio climático, ya que sus huellas de carbono son mucho más significativas.

 

Se le agrega, además, el hermetismo del gobierno chino en lo que respecta a las acciones de medición, reporte y verificación (MRV por sus siglas en inglés). Ya que, siendo parte del grupo de los países No Anexo 1, China no está obligada a aceptar la verificación por parte de la comunidad internacional de sus objetivos voluntarios de reducción de gases. Sin embargo, algunos países del Anexo 1 ponen las acciones de MRV como condición para el otorgamiento de financiamiento y tecnología. En respuesta, China arguye que no se opone al condicionamiento, pero propone que sus propios sistemas de MRV son comparables a los de los países desarrollados y que ellos mismos pueden hacerse cargo del monitoreo. Durante la COP15, en Copenhague, este tema fue de gran discusión, pues Estados Unidos condicionó su participación en algunas pláticas a que China aceptara la verificación internacional. Condición que trabó, todavía más, las negociaciones.

 

La razón principal para evitar poner en práctica estas políticas parece ser los altos costos que implicaría asumir las reducciones y condiciones acordadas en Kioto. No obstante, es muy importante remarcar que pese haber desertado del régimen internacional, China no ha abandonado por completo la lucha contra el calentamiento global puesto que sus consecuencias en materia de salud pública, acceso a la energía, estabilidad social, y sobre todo en el crecimiento económico podrían deslegitimizar al Partido Comunista Chino y al gobierno central. En este sentido, se han puesto en marcha políticas específicas para mejorar la eficiencia energética, tanto en la producción como en el consumo de energía. Desgraciadamente, para China y para el mundo, se estima que en la República Popular sólo se cumple el 20% de las regulaciones ambientales, ya que se le da prioridad a las políticas de fomento económico sobre las costosas medidas de protección ambiental. El resultado final es un conjunto de políticas ambientales sumamente politizadas que, en una especie de profecía auto-cumplida, limitan y constriñen el desarrollo de China.

 

Resultados de la COP16

 

La posición China respecto a las responsabilidades compartidas pero diferenciadas se ha mantenido firme, pero durante las negociaciones de la COP16 realizada en Cancún se pudieron percibir algunos cambios importantes. En primer lugar, tras lo sucedido en Copenhague, las expectativas que se tenían sobre la Conferencia se redujeron, lo que les otorgó a algunos actores importantes un margen de maniobra más amplio. China, por ejemplo, trató de limpiar su imagen y arribó a la Conferencia con una actitud distinta. Un reflejo de esto es la apertura al diálogo mostrada en Cancún, la cual marca un fuerte contraste con la actitud de enfrentamiento y cerrazón de Copenhague. Además, en el tema de monitoreo de emisiones China se ha mostrado más proclive al diálogo, y aún siendo un tema sensible, para éste y otros países en vías de desarrollo como India o Brasil, se mostró con mayor disposición a encontrarle alternativas de solución. Tal fue el cambio, que incluso hubieron reportes que señalaron que China estaba preparada para adoptar compromisos vinculantes de reducción de emisiones. Esto no sucedió, pero sin duda fue una muestra de la buena voluntad de los chinos para alcanzar acuerdos globales que beneficien a todas las partes.

 

Por ello, ante el panorama interno y la presión que la comunidad internacional aplica sobre China, ésta debe considerar su participación en la construcción del régimen internacional sobre cambio climático. Debe verlo como una herramienta más para satisfacer el interés nacional y, al mismo tiempo, obtener los beneficios que el multilateralismo le ofrece, para así garantizar la continuidad de su proyecto de desarrollo basado en la obtención de energía para su sustento. Lo sucedido en la COP16 fue un ejemplo de cómo esto es posible. Ahora sólo falta ver si el gigante asiático acepta el reto, por el bienestar propio y el del mundo.

 


 

Derechos Reservados © El Globalista México, 2010